Sabemos desde que comenzamos a estudiar la movilidad del ser humano que el tránsito es una actividad dinámica, que las ciudades crecen y se desarrollan en la medida que las masas tengan la posibilidad de desplazarse en distintas direcciones y con eficiencia entre los diversos puntos geográficos.
Basados en esta necesaria capacidad de desplazarse y en la anhelada eficiencia de los trayectos seleccionados las sociedades generan, en muchas ocasiones, de forma espontánea los mecanismos y formas de movilidad, las que luego son normadas por los entes, de los estados, encargados del tránsito y transporte. De esta forma son los propios grupos sociales quienes construyen hábitos y conductas que se establecen como formas de tránsito y movilización al interior de las comunidades.
De la misma forma como se adopta y construye un movimiento musical o una tendencia artística cultural, son pequeños y reducidos grupos humanos quienes instalan, de manera creciente, una manera de movilización al interior de una sociedad. No podemos olvidar que el propio automóvil, bien necesario en la sociedad actual, sólo fue desarrollado no hace más de 100 años y que en sus inicios debió lidiar con el rechazo de mayorías que no veían en este artefacto la utilidad para las necesidades de la época. Pues bien un siglo más tarde no se concibe la ausencia de este mecanismo en la cúspide de una estructura del tránsito en cualquier sociedad que se desarrolla y transita en los principios de la globalización e integración.
Entonces, si sabemos que las soluciones a problemáticas en diversas áreas de interés común y masivo se instalan desde el interior de las propias comunidades, por qué nuestras autoridades no escuchan ni dan espacio a quienes conviven a diario con estás necesidades, cuál es la razón para que los técnicos busquen las soluciones en laboratorios y no se establezcan en las calles para conocer y reconocer las falencias y requerimientos de nuestra ciudad, quién puede, en nuestro tiempo, ser tan iluminado para pretender encontrar solución a problemáticas, de índole conductual, que son las principales causales de los accidentes de tránsito y las muertes en nuestra sociedad moderna, sin antes haber escuchado, conocido y reconocido el pensamiento y actuar del grupo social al cual se pretende intervenir.
Hay muchos actores, seudo expertos en tránsito, que han olvidado el estudio y la validación de los datos, o simplemente no conocen el procedimiento correcto, poniendo en riesgo la vida de millones de ciudadanos que a diario se desplazan al interior de nuestros territorios. Lamentablemente estos expertos poco saben sobre el comportamiento de los individuos, ni menos de las masas, estos señores han desechado la observación y la empatía como herramientas, estableciendo, erróneamente, las variables técnicas y mecánicas a la hora de construir planes de corrección a la conducta humana.
Las acciones de mitigación a la problemática del accidente de tránsito, no se desarrollaron, desarrollan, ni desarrollaran sobre el principio exclusivo de la tecnología, ni las evaluaciones psicotécnicas de los conductores, siempre mientras un mecanismo sea operado por el hombre la variable conductual prevalecerá sobre las otras, encabezando siempre el porcentaje de riesgo de accidente de tránsito.